Samaín

Esta es mi noche favorita del año desde que soy niño. Mi abuelo me contaba historias que hablaban de hadas y espíritus mientras vaciábamos una calabaza para hacer un farol, que dejábamos encendido en la puerta de la calle durante toda la noche. Aquí, en la Costa da Morte, todo es mágico y puro. Conservamos nuestras raíces celtas y nuestras tradiciones que antaño perdimos, hasta que el bueno de Rafael López Loureiro las rescató de los escritos y las hizo resurgir.  Seguir leyendo «Samaín»

Jubilación

Hacía tiempo que no corría por el Paseo de la Castellana sin escolta. Tampoco le hubieran permitido salir con la Harley de madrugada después de su reciente operación de cadera y cinco jarras de cerveza. La puede liar parda pero le da igual. Su imagen ya está bastante dañada como para que le importe. Además, ningún municipal se atrevería a multarle. Apuesta a que nadie se ha dado cuenta de su travesura nocturna y se recrea de vuelta a casa en el anonimato que nunca he tenido. Siempre expuesto y señalado. Ya está harto.

Entra en casa por la puerta de atrás y sin dar explicaciones al personal de servicio que le invita a entrar con reverencia. De eso también está harto. Del servilismo y la servidumbre. De no poder viajar solo sin salir en la prensa o en algún programa de mierda, o de viajar con alguien que no sea de su familia y le inventen aventuras extramatrimoniales. Que las tiene, pero a nadie le importa su intimidad. Hoy prefiere dormir solo en el cuarto de invitados pero antes debe realizar una parada y dejar clara su decisión. Una habitación que todo el mundo conoce y que sale por televisión cada veinticuatro de diciembre.

«A tomar por culo. Lo dejo»

Entre la vida y la muerte

—Vete, por favor.

Está cansado. Tanto, que no aparta la mirada de la pared mientras escucha el ruido furioso de sus apresurados pasos al marcharse de la habitación. Él mismo podría ser una de esas baldosas heridas, pero hace tiempo que su espíritu se encuentra bastante lejos de su cuerpo y ya no siente nada. El egoísmo es ahora su mejor amigo tras haberse separado de aquellos a quien quiso. De su familia, amigos y, por último, de ella. Cierra los ojos y por fin respira tranquilo.

Hace un par de años que carga con un okupa en su interior. Intentó echarlo pero con el tiempo ha ganado en fuerza y en agresividad, con ganas de colonizar su organismo y clavar su bandera victoriosa. Le ha plantado cada en el ring de la supervivencia y ha aguantado todos sus golpes sin poder hacer más que cubrirse para que el daño fuera menor. Nunca perdió la esperanza en que firmarían la paz, pero el último derechazo le ha dejado K.O.

Mira el calendario que tiene sobre la mesilla de metal. Después, recorre con la mirada el camino de las sondas que parten de su brazo y terminan conectadas a una bolsa suspendida en el cabecero de la cama. El calmante se ha acabado y la enfermera vendrá pronto a poner una nueva dosis. Y esa idea que le ronda en la cabeza cobra cada vez más fuerza, a pesar de que todavía le quedan días por delante.

«Un mes, como mucho». Desde que el doctor le habló con total claridad y con la mayor precisión posible en estos casos, empezó a pensar. Ingresó en el hospital sin dar más explicación que la de una recaída más y retirarse a esperar el final, como el león anciano del documental que había visto días atrás, en silencio y con dignidad. Pero no contaba con lo insoportable que resulta la incertidumbre, que le mata al mismo tiempo que la enfermedad. A falta de bolígrafo, tacha los días mentalmente con una gran cruz roja.

—¿Cómo te encuentras, Carlos? —La enfermera irrumpe en la habitación con esa energía desbordante que le agota.

—Me duele la cabeza —. Miente. Lo dice para evitar conversación.

—¡Ah, bueno! —Estudia la bolsa vacía— Ahora te enchufo otro calmante y verás como te quedas tranquilito.

Como cada vez que se produce el cambio de medicación, repasa la rutina que ya ha memorizado. La enfermera cierra la llave de paso que conectar la vía al catéter antes de descolgar la bolsa vacía. Una vez cambiada, gira la pequeña ruedecilla que activa el recorrido del suero intravenoso al interior de su torrente sanguíneo, con esa sensación de frialdad que le estremece, e inyecta el contenido de la jeringuilla que guarda en el bolsillo de la bata a través de la válvula.

De pronto, se escucha la alarma de emergencia y enfermeras corren por el pasillo.

—¡Cris, te necesitamos! —le gritan desde el marco de la puerta. Echa a correr junto a ellas, recoger el material sanitario de la habitación; incluida la jeringuilla vacía que Carlos consigue alcanzar de la mesilla de metal. La agua parece tener el mismo encantamiento que la rueca de La Bella Durmiente. Y la idea aparece de nuevo en su cabeza. Sabe que si sube el émbolo, el tubo se llenará de aire. También sabe que tiene poco tiempo para actuar y no se lo piensa dos veces.

Eritrocitos en torrente sanguíneo

Paloma

Suena la alarma del móvil. Son las doce del mediodía, la hora de sus quince minutos de descanso. Baja la pantalla del portátil y se cambia los zapatos de tacón por las deportivas que guarda en el último cajón del escritorio. Se acerca al perchero y rebusca en el interior de su bolso una pequeña bolsa de plástico llena de pan desmigado, se pone la gabardina y sale del despacho en dirección a las escaleras a paso ligero. Sus compañeros ya no se extrañan al verla cruzar la calle con semejante aspecto, con el pelo recogido en un improvisado moño que le da ese aire infantil y despreocupado, camino del parque que hay frente a la gigantesca torre de negocios.

Allí, se sienta en su banco, situado en una pequeña plaza adoquinada, siempre vacío a esa hora para mantener el pacto que tienen desde hace años; y da de comer a las palomas que caminan tranquilas y canturrean de esa manera tan especial. Esparce un poco de pan mientras silba esa canción de la que no conoce la letra pero recuerda desde el día que nació y pronto se acercan a picotear el alimento, cerca de las rayas diplomáticas de su pantalón, hasta que la alarma le devuelva al vertiginoso ritmo de vida de directora ejecutiva. Ahora disfruta de su momento de paz en compañía de las aves que le trasladan a esas mañanas de domingo con su abuelo. En ese mismo parque y en ese mismo banco. Nunca faltaban a su cita y aunque hace años que no está, ella mantiene la costumbre.

—¿Qué miras pequeñaja?

—Eso —señala con el dedo al gran edificio que podría hacer sombra a los árboles del parque—. Cuando sea mayor, trabajaré allí.

—Y yo que lo vea.

El abuelo eligió su nombre, Paloma, porque estaba convencido de que volaría alto desde el día que nació.

Dar de comer a las palomas, un gesto peligroso para tu salud

El traidor

El vehículo oscuro avanza sigiloso y con las luces apagadas por la urbanización a altas horas de la madrugada hasta detenerse frente a su objetivo. El conductor comprueba que todo está en calma y mira el reloj. Calcula que en menos de dos minutos, el vigilante de seguridad pasará a hacer la ronda y no volverá hasta dentro de una hora; por tanto, espera sentado frente al volante mientras se cambia los zapatos y se pone guantes. Observa por la ventanilla el paseo tranquilo del hombre de mediana edad que alumbra con la linterna de lado a lado de la calle sin extrañarse de su presencia y sigue su trayectoria hasta que le pierde de vista. Entonces, sale del coche.

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La ofensa

Llaman conciencia al conocimiento que el ser humano tiene de su propia existencia, un conocimiento responsable y personal sobre algo determinado, como un deber o una situación. Sin embargo, hay ocasiones en las que las acciones dejan mucho que desear. 

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¿Pesadilla o realidad?

Camina cansado detrás de sus hijos. Lleva varias noches sin dormir por culpa de esa película de terror. Lo peor es que después de verla en el cine junto a su grupo de amigos, Aitor, el friki de ideas raras y apasionado del misterio, le contó que tanto la película como la novela en la que está basada, se inspiraron en un personaje real. Un asesino en serie que actuaba en fiestas infantiles, secuestraba a los niños y los enterraba en el jardín de su casa después de hacerles perrerías. Pensarlo le produce escalofríos pero el verdadero miedo le invade cuando ve la figura de un payaso repartiendo globos en la entrada del colegio.

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Dinero

Manuel sale del banco con la sonrisa de oreja a oreja camuflada bajo la mascarilla sanitaria que le han dado gratis en la farmacia. Después de una larga vida de trabajo, desde que sus padres le sacaron del colegio para colocarle en aquella fábrica por cuatro perras, disfruta de una merecida jubilación y de las ventajas que ofrece ser pensionista.

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Lugar llamado Felicidad

Miro por la ventanilla del autobús y observo los campos de girasoles que me saludan. Después de mucho tiempo sin venir por trabajo, por orgullo y por exceso de recuerdos; esta vida caprichosa me devuelve a la casilla de inicio como en el parchís, después de comerme todas las fichas.

Regreso a las tardes de jugar al balón por las calles empedradas. A las carreras de camino a casa al salir del colegio. A llenarme los zapatos de barro. A las meriendas de pan con mantequilla y azúcar de la abuela. Y a las noches al raso para ver las estrellas.

Ahora que lo he perdido todo, pienso que donde fuiste tan feliz siempre regresarás.

El camino del amor | Elpaíscanario.com

Verano verde

Me levanto pegado a las sábanas, víctima de mi propio sudor. Qué calor. Qué asco. Cada vez llevo peor el verano y sus calimas infernales. Hace un mes que no salgo de casa y la bañera se ha convertido en mi mejor amiga. Ella y las latas de guisantes que colecciono en los armarios de la cocina. Ya he agotado las reservas de pizza y canelones congelados que me quedaban. No tengo más comida y mi conflicto se hace insoportable. 

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