Una buena razón

«Todo el mundo es capaz de matar por una buena razón». 

La niña se tapó los oídos al oír aquella frase y negó con la cabeza con horror. Entre sollozos, juró una y mil veces que ella no lo haría. Jamás. Lo que no podía imaginar era que se convertiría en la lección más valiosa que recibiría en su vida.

Días después, aquellos hombres armados arrasaron su poblado. Quemaron sus casas y degollaron a sus animales. Violaron y masacraron a cuantas niñas, ancianas y mujeres encontraban a su paso en aquella aldea en la que no había varones, para matarlas sin miramientos después.

Arrastrada por la fuerza hacia el bosque, su instinto de supervivencia hizo que no mostrara resistencia y se dejara hacer. Golpeada y malherida, tendida en el suelo con la ropa hecha jirones y los muslos ensangrentados pudo alcanzar una piedra escondida entre la hierba alta con una de sus manos y golpear la cabeza de su atacante para quitárselo de encima. Intentó escapar, pero aquellas manos fuertes fueron más rápidas que sus pies. De nuevo en el suelo, a su merced, pudo retorcerse con la voracidad de una de las serpientes que poblaban los caminos y desgarrar la carne de su rostro con la pequeña daga que llevaba escondida. Después, echó a correr y no se detuvo hasta que los gritos de las víctimas se tornaron un leve murmullo. 

Se ocultó tras un árbol y vomitó al ver la sangre que teñía sus manos y su cuerpo. Lloró ante la barbarie que acababa de cometer y se sintió culpable por haber faltado a su palabra. Sintió su cuerpo dolorido y tembloroso. Curó sus heridas y huyó avergonzada para no volver a pisar aquella tierra. 

La niña que creció entre pesadillas, incapaz de olvidar, se prometió que terminaría lo que un día empezó, sin importar las veces que se equivocara. Convertida en una mujer adulta y curtida en batalla, mataría a todo aquel que presentara una cicatriz en el rostro, porque al fin ha comprendido lo que significa tener una buena razón.

Fantasía, Heroína, Retrato, Guerrero

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