La primera mañana

Reto 1: Escribe un relato que comience en un día de Año Nuevo


Me desperté con los ojos hinchados y pegados por las legañas tras haber dormido más de la cuenta y miré el reloj de la mesilla de noche, era la una menos cuarto y seguía metida en la cama con muy poquitas ganas de levantarme; pero mis padres me esperaban para comer en su casa con mis hermanos como cada año y debía estar presentable, aunque estaba segura que el golferas de mi hermano pequeño seguiría de after y tendríamos que esperarle como pasaba siempre. Hay que ver, una se levanta hecha polvo si trasnocha un poco y él siempre está fresco como una lechuga, no sé cómo lo hace. Será cosa de la edad, que a los veinte uno aguanta lo que le echen pero a los treinta ya no tanto, y definitivamente ya no estoy para muchos trotes… Podría quedarme en la cama un poco más, remoloneando de un lado a otro mientras se me enredan los pies en las sábanas. No sé cómo lo hago pero siempre termino sacándolas, y más de una vez he pegado un traspiés que casi termino con los dientes en el armario. En fin, la una, hora de levantarse.

Sentí los efectos de la fiesta de Nochevieja en forma de martilleos en la cabeza, es lo que tiene no estar acostumbrada a beber que con dos copas me pongo pedorra. Me llevé las manos a la frente como si eso sirviera de algo y escucho un pitido agudo que me taladra los oídos. MI móvil estaba tirado en el suelo y con la batería a punto de morir. Miré en el cajón de la mesilla. «¿Y el cargador?, ¿dónde lo habré dejado…? ¿Estará en el salón?, ¿en la cocina?…». Salí de la habitación con el móvil en la mano y me vi inmersa en un mundo desconocido que guardaba cierto parecido con mi casa pero no lo era, más bien parecía Nueva Orleans tras el paso del Katrina. Caminé entre restos de confeti y serpentinas, esquivando vasos de tubo de plástico, antifaces y gorros de cartón mientras me agarraba a la pared con la mano que me quedaba libre. Las advertencias constantes de batería baja no dejaban de taladrarme lo que me quedaba de cerebro intacto con su incómodo pitido, necesitaba el cargador y un café con urgencia, o quizá dos.

Conseguí llegar a la cocina pero el cargador no estaba allí. Miré la pantalla del teléfono y vi que tenía un montón de mensajes del grupo «Happy New Year!» que creamos para la fiesta de la noche anterior y pasé de leer en ese momento. Qué pesada es la gente con los grupos y aún quedaba el día de Reyes e ir a la cabalgata con mi hermana mayor y sus dos niñas. Aproveché que estaba allí para preparar la cafetera y el paracetamol y fui al salón a buscar mi cargador que estaba en uno de los muebles del salón. Escuché un ruido que desvió mi atención hacia el sofá y descubrí a un tío durmiendo. Corrí a la cocina a retirar la cafetera y a armarme con una espumadera de aluminio que me compré en los chinos porque me cargué la anterior al partirla con la puerta del lavavajillas, por aquel entonces llevaba poco tiempo viviendo sola y había cosas que no terminaba de controlar. En parte, la fiesta de aquella noche también fue una especie de inauguración de mi casa y mi nueva vida como soltera y sin compromiso, pero el resultado era catastrófico…

Volví a acercarme al salón para divisar con claridad aquel cuerpo extraño y bastante grande, vestido con un pantalón de traje, la camisa sacada y la corbata desanudada; que daba un recital de ronquidos como si no hubiera un mañana. Siempre he querido asistir al Concierto de Año Nuevo pero al de verdad, no a eso. Lo más curioso es que ni sabía quién era ni quién le había dado permiso para invadir mi espacio. Decidí despertarle con delicadeza, atizándole con la espumadera en la pierna y se puso a chillar como un gorrino en la matanza. Tan grande y tan flojo… Me llevé las manos a los oídos porque no era capaz de soportar tanto ruido, al tiempo que le pedía que se callara.

—¿Esta es tu forma de darme los buenos días? —dijo.

—Perdona, pero estás durmiendo en mi sofá y no sé quién eres. Si no te importa, las preguntas las hago yo.

—Pues hasta hace un par de horas éramos íntimos —se puso de pie y pude comprobar su enorme estatura mientras se adecentaba—. Dime, ¿recuerdas algo de lo que pasó anoche?

—¡Por supuesto que sí! Hice una fiesta en mi casa —señalé el desastre con las manos como si fuera una azafata de avión.

—¿Entonces qué se supone que hago durmiendo aquí?

—Eso deberías decírmelo tú, ¿no crees?

—¡Ya veo! —Se rió—. ¡No te acuerdas de nada!

— ¡Claro que me acuerdo!

—Está bien, ¿cómo me llamo?

—Había mucha gente en la fiesta y soy muy mala para los nombres, lo siento.

Mentí como una bellaca porque tenía razón, no me acordaba de nada. Estaba manteniendo una conversación absurda con un desconocido con el que se suponía que había tenido algo y tampoco lo recordaba, ¿y si había hecho alguna tontería?, ¿si me había pasado de la raya?… Me invadía la curiosidad y a su vez la angustia por saber qué había pasado durante la fiesta, ¡necesitaba saberlo!

—Escucha —dije en tono conciliador—, he preparado café. ¿Te apetece que desayunemos tranquilos, charlamos y me cuentas qué pasó en la fiesta? Sin espumadera, lo prometo.

—Me parece bien —dijo, esbozando una media sonrisa que le hacía terriblemente encantador—. Por cierto, me llamo Marcos.

—¡Ves, lo tenía en la punta de la lengua! Yo soy Marta, aunque supongo que nos presentaron anoche.

—Sí, tu cuñado Salva. Jugamos al fútbol los domingos y alguna vez te he visto en las gradas con tu hermana.

—¡Vaya, me tienes fichada! —bromeé—. Me parece que sabes muchas cosas.

—Y desde anoche, más —respondió—. ¿Nos tomamos ese café?

No me gustaba la situación de estar frente a alguien que conocía cosas de mí y yo no saber nada de él, salvo su nombre. Seguro que el capullo de mi cuñado quiso organizarme una cita a ciegas aprovechando la fiesta, le encanta hacer de celestino. Fuimos a la cocina a servirnos los cafés en dos tazas con sus cucharillas, el azucarero y un brick de leche, y me ayudó  llevarlo todo a la mesa del salón para sentarnos frente a frente, dispuesta a freírle con mi batería de preguntas.

—Iré al grano —dije—, quiero que me cuentes lo que pasó anoche, sin rodeos.

—¿Todo? —preguntó entre risas, supongo que no estaba presentable en pijama y despeinada pero estaba en mi casa y me daba igual.

—Sí, y con detalles —no sabía si sería peor el remedio que la enfermedad pero la incertidumbre me estaba matando.

—Ni siquiera sé por dónde empezar —dijo pensativo, si intentaba hacerse el interesante conmigo lo llevaba claro.

—¿Qué haces en mi casa, por ejemplo?

—Esa es fácil. Me invitó Salva, es decir, yo no tenía plan y me comentó que la hermana pequeña de su mujer daba una fiesta en su casa y que no le importaba que fuera.

—No tenía ni idea como comprenderás.

—Ya, me di cuenta cuando llegué y vi a toda esa gente. Ni siquiera pude acercarme a ti en toda la noche y presentarme en condiciones, como me hubiera gustado, no parabas de hablar con unos y con otros. Apareció un capullo con pinta de estirado, agarrado del brazo de una rubia bastante ordinaria que se parecía a Cicciolina y llevaba un escotazo tremendo, te perdí la pista y me quedé un rato charlando con Salva. Después ocurrió el incidente.

—¿Qué incidente?

—¡¿Tampoco te acuerdas de eso?! —preguntó sorprendido—. ¡Fue lo mejor de la noche!

—A ver… Me he levantado hace un rato con una resaca del quince y tengo recuerdos difusos. Me acuerdo de veri entrar a mi ex con la choni esa y encerrarme en la habitación con mi hermana y un cubata, pero no me vaciles y cuéntamelo. Si he hecho el ridículo, tengo derecho a saberlo.

—Vale, vale, no te cabrees. Ahora entiendo porqué estabas un poco perjudicada cuando regresaste al salón.

—¿Sabes qué pasa?, no estoy acostumbrada a beber y en cuanto me tomo dos copas se me suben enseguida. ¿Qué pasó después?

—Ella se acercó a saludarte y con toda la educación del mundo, le mandaste a la  mierda.

—¿¡Hice eso en serio!? —pregunté horrorizada.

—En serio, y te quedaste corta. Lo gordo vino cuando el macho alfa acudió a defender a su hembra —esta frase la dijo imitando la voz de Félix Rodríguez de la Fuente y era imposible no reírme—, le dijiste que «se fuera a tomar por culo con la guarra esa, que parecía la puta del belén» y les echaste la vomitona más grande que he visto en mi vida. Te quedaste bien a gusto.

—Me lo puedo imaginar… —estaba muy avergonzada ante tal espectáculo lamentable. No sabía si reír, llorar o marcharme del país pero él estaba encantado, se lo estaba pasando bomba recordando mi bochornosa indisposición— Bueno, ¿y a ti qué te he hecho para que estés aquí?

—Tu hermana estuvo un buen rato contigo porque te dio el bajón pero era tarde y tenían que irse, así que me acerqué y  nos pusimos a charlar en el sofá, me cogiste como paño de lágrimas. Supongo que es más fácil contarle las cosas a un desconocido que no te va a juzgar.

—Vamos, que te di la chapa.

—No fue para tanto mujer, sigo aquí —sonrió—. Me sabía mal marcharme y dejarte así, además Salva me pidió que me quedara contigo. Me agencié el sofá y me quedé frito, pero estuvimos hablando durante bastante tiempo aunque no te acuerdes.

—Me siento fatal, lo siento…

—¡Nada de eso!, con repetirlo estado sobria me conformo.

—¿Me estás pidiendo una cita?

—Algo así.

No sabía ni qué pensar, en ese momento no estaba preparada para iniciar una relación pero el detalle de haberse quedado conmigo en un mal momento merecía una oportunidad, además que el chico no estaba nada mal. Sellamos la propuesta brindando con las tazas y recogimos la mesa, después me fui a la ducha y cuando salí me encontré la casa medio recogida. Se ofreció a llevarme en coche a casa de mis padres y nos intercambiamos los teléfonos para continuar con la conversación y planear la siguiente cita en un lugar más tranquilo. El primero que me saludó nada más entrar por la puerta fue el desgraciado de mi cuñado, al que no sabía si abrazar o estrangular, pero al fin y al cabo la cosa no había salido tan mal. Para mi sorpresa, el golferas amante de la vida nocturna, mi hermano pequeño, también estaba allí y se levantó al verme:

—¡Feliz Año, hermanita!, ¿o debería a decir «¡vete a tomar por culo con la puta del belén!»? —se rieron todos—. ¡Eres una crack!, estoy seguro de que lo subo a YouTube y se hace viral.

— ¡Qué pasa, que lo ha visto todo el mundo!

—Tenía que grabarlo, chati —dijo Salva—, para guardarlo con el resto de recuerdos familiares.

—¡Pues no tiene gracia, he hecho el ridículo delante de todos! —dije, enfadada.

—¡De eso nada! —Dijo mi hermana, la mujer de Salva—. No has visto los mensajes del grupo, ¿verdad?… Ridículo ninguno, nena. Ese gilipollas se merece eso ¡y más!

Cuando me enseñaron el vídeo sentí mucha vergüenza pero reconozco que si la protagonista hubiese sido otra, me hubiese partido de risa, y al final lo hice con el tiempo. En fin, una noche para olvidar y un momento para recordar y conservar, el de aquel desayuno con un desconocido que hoy en día es mi marido. Eso sí, no he vuelto a probar el alcohol.

 

3 comentarios sobre “La primera mañana

  1. Buen inicio de retos y buena entrada de año la de tu protagonista. Sin duda algo que a más de uno le habra pasado en fechas como esas. Espero tus próximos relatos.

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    1. Muchas gracias. También le he echado un ojo a los tuyos 😉 Con el segundo lo estoy pasando fatal y espero publicarlo esta tarde. Con el tercero estoy bloqueada directamente…

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